
En Jeju, origen y horizonte de Hyung-Geun Park, nace la obra de un fotógrafo apasionado por la contemplación. Con un enfoque que descentraliza la mirada racional, a través de su práctica artística, Hyung-Geun logra un encuentro profundo con la sensibilidad humana ante la naturaleza que nos acoge. Su alma poética se escurre a través de los retratos que logra de la tierra, y en juego con la luz y la oscuridad orgánicas del tiempo, Hyung-Geun traza una huella, marca una senda para la transformación mística.
¿Podrías contarnos sobre ti y tu recorrido como artista?
La fotografía siempre ha sido, para mí, una forma de entrar en contacto con el mundo. Un modo de percibirlo a través del silencio. Mis primeros trabajos exploraban los límites entre la ciudad y la naturaleza, y con el tiempo evolucionaron hacia la documentación de huellas y lugares profundamente enraizados en la historia y la memoria. Nací y crecí en la isla de Jeju, Corea del Sur, y estudié fotografía y artes visuales en el Goldsmiths College de la Universidad de Londres.
Mi serie más representativa, Tenseless, intenta replantear la forma de ver y de experimentar el tiempo. Proyectos como The Tumen River Project o Jejudo exploran los vacíos silenciosos de la memoria: esos relatos omitidos o silenciados en la historia. Durante las últimas tres décadas, mi práctica se ha vuelto cada vez más reflexiva sobre la naturaleza humana, cuestionando la historia, el medio ambiente y la posibilidad de la coexistencia.
Tu trabajo parece surgir de una experiencia profunda marcada por el silencio, la contemplación y el asombro. Al capturar expresiones tan singulares del mundo natural, necesitas estar muy conectado con tu intuición. ¿Puedes hablarnos de esa voz instintiva que te guía al presionar el obturador en el momento preciso?
Cuando estoy frente a una escena, espero a que la respiración del espacio resuene con las ondas dentro de mí. Especialmente en la serie Tenseless, al intentar capturar imágenes más allá del mundo visible, el momento es evanescente, y, aún así, se encuentra cargado de múltiples flujos temporales.
Mi método de trabajo se despliega en silencio y encuentra su raíz en la intuición. Retomando la filosofía oriental, creo que los fenómenos que titilan ante mis ojos son siempre transitorios y vacíos. Por eso, la fotografía no es un acto de producción, sino un proceso meditativo para liberarme de significados y definiciones fijas.
Intento minimizar una mirada humana centrada en la razón. Cuando fotografío sitios históricos o bosques milenarios en Jeju, espero el momento en que algo intermedio, algo entre-mundos, o un sonido inaudible, reaccione conmigo. Es ahí cuando presiono el obturador. No es cuestión de lógica, sino de resonancia afectiva.
La comunicación visual entre el alma de la Tierra, el peso de sus elementos y tu propio camino interior se alinea de tal forma que reflejas esa resonancia como un espejo a través de tu lente. ¿Qué te llevó a explorar esa relación íntima entre el universo y la quietud de la fotografía?
No veo la fotografía como una herramienta para representar el mundo, sino como un medio para resonar con él. La serie Tenseless fue mi intento por capturar esa resonancia: un estrato sensorial desprendido del tiempo y del relato. Las ruinas que fotografié en Jejudo tampoco son simples paisajes: son restos donde la historia humana se acumula y los ecos de la memoria permanecen.
Cuando me enfrento a la densidad de dicha quietud, siento que la fotografía se vuelve posible como lenguaje. A través de estas obras, busco despertar la conciencia sobre nuestras limitaciones humanas, y provocar reflexión en una época marcada por la violencia, la crisis climática, los desastres y la guerra.
Somos parte del universo, y la fotografía, como producto de la luz, también lo es. Para mí, la fotografía ofrece la posibilidad de trascender las dicotomías, los conflictos y las divisiones entre los mundos humanos y no humanos.
Los lugares suelen cargar con memorias, y la historia de la experiencia se guarda como una sensación inherente. Al enmarcar una escena, tu mirada puede posarse en ciertos símbolos y signos. ¿Qué elemento de la naturaleza te llaman más? ¿Sientes mayor atracción por el silencio anclado de los árboles, la gracia de las flores, o la vastedad de los paisajes?
Me atrae el peso callado del bosque, el movimiento del viento, la textura del tiempo antiguo. En las series Jejudo y Forbidden Forest, me cautivaron especialmente las escenas donde los restos de la civilización se entrelazan con la vegetación; donde la memoria y el silencio se confunden.
Más que la belleza de las flores, son las sombras impregnadas de tierra, o los rastros fugaces de una luz que desaparece, los que me hacen detenerme. Creo que es importante afinarse con las señales más sutiles de la naturaleza. Las huellas que habitan los lugares que fotografío están, como decía Walter Benjamin sobre la porosidad, cargadas de memorias del pasado. No son simplemente ruinas dejadas por el tiempo, sino imágenes latentes que siguen reviviéndose en el presente. A eso le llamo afecto: una energía que se percibe antes del lenguaje, anterior a la emoción o al concepto. Es una vibración, una resonancia que puede provenir de una memoria, una cicatriz en el espacio o el vestigio de una existencia. Tenseless fue un intento de captar esas huellas del afecto.
Buena parte de mi trabajo fotográfico, incluida la serie Jejudo, busca revelar lo invisible o lo inefable. Lo que más importa en mi fotografía no es lo que muestra, sino lo que te hace sentir.
La fotografía, siendo un medio de luz y sombras, también contiene un elemento invisible que es central para la esencia de una imagen. ¿Qué crees que es? ¿Intuición? ¿Energía? ¿Una emoción, o tu forma de presenciar el tiempo mientras se despliega con asombro?
Lo llamo afecto: una energía que se percibe antes del lenguaje, anterior a la emoción o al concepto. Es una vibración, una resonancia que puede provenir de una memoria, una cicatriz en el espacio o el vestigio de una existencia. Tenseless fue un intento de captar esas huellas del afecto. Gran parte de mi trabajo fotográfico, incluida la serie Jejudo, intenta revelar lo invisible o lo indecible. Lo que más importa en mi fotografía no es lo que muestra, sino lo que te hace sentir.
Hay momentos en los que el cuerpo humano se alinea en armonía con los procesos de la Madre Tierra, y otros en los que nos sentimos fuera de toda sintonía. ¿Crees que necesitamos reconectarnos con los movimientos orgánicos de la naturaleza y volver al ritmo del planeta? Si es así, ¿cómo podemos empezar a escuchar y realmente oír el aliento de la Tierra?
Creo que debemos hacer un esfuerzo por restaurar nuestra relación no sólo con la naturaleza, sino con todos los seres no humanos. Esto solo es posible cuando comenzamos a darle importancia tanto a nivel personal como global. Los modelos de desarrollo basados en la ciencia y la tecnología que se han promovido desde la modernidad han generado innumerables problemas. En ese proceso, hemos olvidado cómo respirar y comunicarnos con la Tierra. Pienso que debemos despertar nuestros sentidos, no buscando momentos extraordinarios, sino habitando el presente de la vida cotidiana. Para oír el ritmo de la naturaleza, primero debemos hacer una pausa. Escuchar, no solo observar; sentir con el cuerpo, no solo ver con los ojos. Un cambio de percepción y acción hacia la coexistencia puede generar una transformación real.
Finalmente, ¿crees que el acto de contemplar puede abrir un portal del alma en el que la conciencia despierta y el cuerpo se sintoniza? ¿Cómo percibes esa transformación invisible y sombría que va de una memoria efímera a una imagen eterna mediante el acto de crear?
Creo que la fotografía no es solo una herramienta para almacenar la memoria, sino una forma de reinventarla. La serie Jejudo consistió en fotografiar los rostros silenciosos de la memoria en lugares donde persisten cicatrices históricas, donde las historias ya no pueden ser contadas. En este sentido, la fotografía no trata simplemente de ver, sino de percibir lo invisible y traerlo a la existencia Cuando un momento de resonancia renace en una imagen, despojado de su temporalidad, se convierte en un pequeño portal.
Es el aliento del alma, un lugar donde los seres perdidos habitan por un instante. Para mí, la contemplación va más allá de la experiencia visual. Es un proceso reflexivo que, a través del aparato técnico de la fotografía, nos permite encontrarnos con lo no verbal, lo multisensorial y lo no humano.