Ana Hernández
Viviendo a través de la tierra
(ISSUE)

Desde el Istmo de Tehuantepec hasta los espacios más reconocidos del arte contemporáneo, Ana Hernández ha construido un lenguaje visual que entrelaza memoria, identidad y el valor de la presencia. Su obra, que transita entre medios plásticos y performáticos, es un testimonio vivo de la riqueza cultural de su comunidad y representa un acto de resistencia ante un mundo sesgado.

Me gustaría comenzar con un fragmento del texto de Abraham Cruz Villegas que me gusta mucho y que creo que es un buen punto de partida:

 

“Tengo tiempo pensando mucho en el lodo. Me interesa esta mezcla de dos elementos que siempre han estado ligados a lo putrefacto. Lo relaciono con la idea que se tiene en muchos casos sobre los pueblos originarios. Nadie quiere mancharse de lodo. Sin embargo, el lodo es el resultado de unir agua y tierra, elementos que han sido utilizados a lo largo de la historia para un sinfín de cosas: construir una casa, un horno, un plato, limpiar impurezas, o incluso como alimento para las mujeres
embarazadas. El lodo también está en la infancia, en los juegos primarios. La contraparte de todo esto es mi historia familiar: la última vez que mi madre cruzó hacia Estados Unidos terminó llena de lodo en el estacionamiento de un mall en Texas”.

 

Creo que a partir de ahí exploro lo que es el agua y la tierra; el lodo como origen. Eso conecta profundamente con tu concepto de naturaleza, ¿no? Porque no puede haber naturaleza si no hay tierra y agua.

¡Claro! Incluso hay varias ideas en tu texto que se alinean bastante con nuestro issue. En tu trabajo resignificas elementos como el agua, la tierra y el lodo. ¿Cómo influye esta conexión particular que tienes con la naturaleza en tu obra? ¿Cómo has decidido materializarlo o convertirlo en arte?

Vengo de un lugar llamado Istmo de Tehuantepec, donde hay muchos oficios, pero predomina el trabajo en la tierra. Es algo fundamental de reconocer, porque tiene tanta importancia como el alimento que llega a tu mesa. La base de la alimentación en el Istmo es el maíz, como en gran parte de México. En esta región tenemos un sinfín de platillos elaborados con maíz, desde caldos hasta tortillas o tamales. Creo que esto también conecta mucho con la historia de mi mamá y su camino hacia Estados Unidos. Tengo muy presente la mano de obra de los mexicanos y cómo hacen posible que todos esos alimentos lleguen desde México hasta nuestras mesas.

Entonces, en cierto sentido, es como si llevaras tu trabajo y estas ideas, casi como si fueran el maíz, a la mesa del mundo…

Hubo un momento en que me cuestioné mucho sobre cómo es que entra el maíz transgénico a México. Así fue que empecé a crear unas piezas llamadas oloteras, que son estructuras de metal forjado cubiertas de olotes. Esa fue mi manera de representar lo que es México a través de la escultura. ¿Qué conforma a México? ¿Qué conforma un istmo? En estas piezas, todos los olotes están muy juntos, simbolizando la unión de mucha gente, muchas personas y muchas comunidades.

Ese camino suena muy bello y simbólico. ¿Puedes platicarnos un poco sobre las piezas que has exhibido en Campeche junto con el video performance Ladi Beñe?

Ladi Beñe significa cuerpo de lodo y surge de una tradición oral sobre la creación zapoteca. [El “Son del pescado” es una danza ritual prehispánica de origen binnizá que narra la historia de unos pescadores que buscan capturar un pez sierra, simbolizando la creación del primer día]. A partir de esta danza, que practicaba día con día, fui creciendo y desarrollándome, y comencé a hacerme muchas preguntas repetitivas, como: ¿cuál es el mensaje detrás de todo esto? Este proceso de cuestionamiento me llevó a una inquietud sobre mí misma como “Ana”. En una analogía, pensé que el pez no estaba bailando, sino luchando por no ser atrapado. También es importante mencionar que esta danza tradicionalmente es ejecutada solo por hombres. Así que decidí hacer mi propia interpretación utilizando mi cuerpo para representar esta danza. Lo que se ve en el video performance es lo máximo que mi cuerpo pudo dar en ese momento, pues implica diversas consideraciones como peso, cuerpo y suelo. No es lo mismo danzar o brincar sobre un piso firme que hacerlo sobre tierra.

Ese video es maravilloso e inspirador; muestra un vínculo propio con la naturaleza. ¿Qué papel juega el conocimiento ancestral en tu obra y cómo te relacionas con las formas contemporáneas?

Mi quehacer siempre me ha llevado a cuestionarme constantemente, y creo que esa es la parte más importante de mi trabajo. Preguntarme el cuándo y el porqué me lleva a reflexionar profundamente. Al final, lo que represento no es una verdad absoluta; es un reflejo personal y va cambiando conforme yo voy creciendo. Creo que en el quehacer artístico es muy importante cuestionarse. Como seres humanos estamos evolucionando constantemente, descubriendo el mundo. Esa es parte del mensaje que quiero compartir: ser conscientes desde nuestro origen. Creo también que es fundamental reconocer todo lo que tomamos del mundo y devolverlo, pues es prestado. Cuestionarnos cómo crecemos en este mundo que habitamos. Para mí, todo eso proviene del conocimiento ancestral que se encuentra detrás de la cotidianidad. Al salir a otros lugares, desde mi espacio original, me encuentro con nuevas formas de vida, nuevos pensamientos y otros quehaceres. Entonces pienso que esa es la forma en la que me tocó vivir a mí, y es así como quiero involucrarme en este medio que hoy habito. Creo que esto es también parte de la adaptación y transformación.

Algo que pensé respecto al performance y la pieza es que muchas veces intentamos encontrar respuestas en la naturaleza, pero esta se mueve de formas autónomas e impredecibles. ¿Qué significa para ti esa idea de que la naturaleza no tiene una línea recta como solemos esperar?

Creo que esa es precisamente la enseñanza más importante del mundo, de todas las prácticas y pensamientos. La naturaleza nos transmite constantemente este mensaje: no existe lo lineal. En el arte sucede algo similar: no hay una línea única, no existe una forma específica de hacerlo, sino muchos mundos posibles. Creo que yo me encuentro habitando uno de esos mundos, y es desde ahí donde realizo mi interpretación. Nuestra mejor forma de aprender es escuchar y observar cómo la tierra lucha con todos sus cambios.

Vivimos aquí, y aquí tenemos mucho que aprender.

¿Qué significa para ti el origen desde México y cómo te relacionas con la naturaleza desde aquí? ¿Crees que esto te ha ayudado en tu desarrollo espiritual o personal?

Creo que, independientemente del lugar donde habitemos, la gran maestra es siempre la naturaleza. Yo podría ser Ana en México, Ana en Japón o Ana en Tlacolula, y creo que donde sea que estemos, hay un mensaje de la naturaleza, porque la naturaleza habita cada lugar donde se encuentra. Oaxaca tiene algo especialmente bello e interesante; puedes experimentar múltiples climas en pocas horas: desde montaña hasta mar. Esa diversidad se traduce en riqueza cultural, gastronómica, lingüística y en la manera de pensar. Es realmente bello, ¿no? La tierra es la creadora y la dadora de vida.

Sí, es muy valioso recordar que somos naturaleza y la llevamos por dentro, que la habitamos en al ser en nuestra presencia ¿cómo mantienes este sentimiento de asombro cada vez que creas una pieza o al habitar tu vida?

Nunca dejo de asombrarme, porque hay tanto por descubrir. Creo que tenemos misiones en cada lugar que habitamos. Debemos ser conscientes en nuestras prácticas y recordar siempre que tomamos algo prestado del mundo, y que debemos devolverle algo también. La naturaleza nos enseña que la unión de agua y tierra crea vida. Algo tan sencillo como plantar un árbol puede ser un acto simbólico y hermoso: plantar vida en un mundo habitado por tantos seres.

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