Juanita Onzaga
Enraizada en la reminiscencia
(ISSUE)

En un encuentro entre lo invisible y lo tangible, Juanita Onzaga crea portales hacia lo místico. Su obra cinematográfica explora el profundo diálogo entre la naturaleza, los rituales y las fuerzas que habitan el más allá, reconfigurando nuestra percepción para sensibilizarnos ante la esencia de la tierra, el agua, los árboles y los espíritus de la naturaleza en un acto de comunión ancestral.

Juanita captura la sabiduría de lo ancestral y lo expresa en escenas cinematográficas, dándole lugar a la tecnología como herramienta para potenciar la presencia ante sus obras. La fragilidad de nuestra conexión se vuelve más fuerte, y gracias a su palabra y su visión hemos logrado despertar el asombro de nuestro encuentro con la tierra, y, en un tiempo en el que todo parece desvanecerse, la memoria sensorial se vuelve eterna.

Tu obra cinematográfica Floating with Spirits se caracteriza por una profunda conexión con los rituales y la naturaleza de una vida en comunión con el otro mundo. ¿Cómo describes tu relación personal con estos temas y cómo se han transformado en motores de tu arte cinematográfico?

Antes de vivir estas experiencias como artista, desde pequeña siempre tuve muchas preguntas sobre las realidades que existen, nuestra percepción de lo real y las formas de dialogar con los mundos invisibles. Esa búsqueda del diálogo con lo no humano está arraigada en mí desde los lugares donde crecí: en Bogotá y en las montañas del bosque húmedo tropical, donde mi familia tenía una finca. Sabía ordeñar una vaca, cuándo recoger los huevos de las gallinas, era amiga de los caballos, tenía mil pollitos, pasaba horas sola bajo ciertos árboles y sentía la comunicación con cada uno de ellos. De manera muy orgánica, desarrollé un diálogo con algunos seres de la naturaleza, lo que hizo que en mí germinara un espíritu profundamente animista desde la niñez. Además, las historias que me contaban mi abuela y mi mamá sobre seres, espíritus, fantasmas y esencias que habitan en la montaña, la selva, el bosque y el río —que a veces nos cuidan y otras veces permiten la comunicación— también marcaron mi forma de ver el mundo. Crecer rodeada de estas historias y establecer una relación con los animales y los árboles hizo que nunca percibiera la naturaleza como algo separado de mí o de mis afectos, sino como una parte esencial de mi ser y de mi cotidianidad, un portal hacia esos aspectos misteriosos que desde niña me generaban tantas preguntas. Continué explorando estas interrogantes en la adolescencia, lo que me llevó a viajar a la selva del Brasil a los 18 años para aprender sobre plantas medicinales y conectar con un conocimiento chamánico que me cambió la vida, confirmando muchas de las hipótesis intuitivas que tenía sobre la íntima conexión con los elementos de la naturaleza y lo que podemos aprender de ellos. Así prosiguió mi investigación empírica en lugares sagrados de la India y en el Amazonas, y desde que pude crear proyectos cinematográficos a mis 26 años, cada pregunta y cada búsqueda se han transformado en obras con diferentes formas, lugares, personajes y esencias. Algunas toman más tiempo que otras, pero todas me han transformado y busco que toquen a quienes las observan en su curiosidad, imaginación y en la memoria de nuestra relación íntima con los mundos naturales. El ritual siempre ha sido uno de los grandes motores que me han impulsado a crear y, sobre todo, a aprender de sabedores y sabedoras de diversas partes de Latinoamérica y Asia acerca del conocimiento ancestral y las formas de dialogar con los mundos invisibles. Los rituales son, quizá, la manera más clara de potenciar esos diálogos. A lo largo del tiempo, he buscado participar en diferentes rituales —tanto en contextos sagrados como populares— y, a partir de la experiencia compartida, poetizar sobre los significados sensoriales, místicos y espirituales que nos ofrecen tanto a nosotrxs, como seres humanos, como a los no humanos: espíritus, ancestros, aguas, árboles, entre otros. Formar parte de un ritual desdibuja lo individual y nos disuelve en lo colectivo.

Parece que el espacio físico no es solo un lugar material, sino una extensión de la psique humana. ¿Cómo trabajas con el concepto de la conexión entre el espacio físico y el espacio interior?

Los espacios interiores y exteriores se encuentran en una ósmosis permanente, en un diálogo invisible. Como dice Agnès Varda: “Si abriéramos a las personas, encontraríamos paisajes.” Esa frase expresa una de mis grandes obsesiones: la sensación de que dentro de nosotros llevamos tierras que nos llaman. Son tierras que nos atraen o magnetizan, aun cuando no las hayamos conocido o tocado, porque en ellas se esconde un secreto que transforma nuestro ser y percepción.

Además, siento que en nuestro cuerpo se inscribe la memoria de tiempos que trascienden el tiempo lineal humano, la memoria de las aguas de las que formábamos parte antes de ser humanos. Esas aguas conservan la memoria de portales del mundo natural que nos ayudan a comprender de qué estamos hechos: estamos constituidos por las esencias de las selvas, de sus aguas, de las raíces de ciertos árboles, de las miradas de algunos animales. Esas reminiscencias nos abren la puerta para dialogar con nuestro imaginario interior. Aunque parezcan exteriores, esas tierras y aguas también las cargamos en nuestros cuerpos; lo siento como una ósmosis entre lo interior y lo exterior.

En tu trabajo, has capturado rituales que trascienden la imagen y se elevan a una expresión mística. ¿Cómo logras que el cine no solo documente un ritual, sino que lo haga sentir como una experiencia sensorial profunda para el espectador?

Existe una palabra en la filosofía decolonial colombiana —proveniente de un pescador anónimo—: sentipensar. Esta palabra surge de la forma en que nuestrxs ancestrxs accedían al conocimiento y de cómo nosotrxs accedemos a él intuitivamente. Sentipensar representa la inseparabilidad entre sentir, pensar y actuar. Así es como describo la forma en que pienso junto al grupo de amigxs, creadorxs y pensadorxs que me rodean en Latinoamérica. Para nosotrxs, pensar nace de sentir, porque sentir es pensar de manera profunda, es pensar con el cuerpo y los sentidos. A través de mi obra cinematográfica y plástica, busco crear en ese idioma sentipensante, apelando al sentir desde el cuerpo para evocar memorias, anhelos e imaginaciones. Guiados por los sonidos, entramos en un trance colectivo y planteamos la práctica artística como un ritual. Ciertos sonidos tienen la capacidad de desconectar lo racional y acceder a otras partes del ser. Me interesa crear un estado de trance, de visiones interiores, sueños y sensaciones que permitan a la obra dialogar con nuestro subconsciente. Abrirnos a cuestiones existenciales —como las que rodean a la muerte o al antropoceno— desde lo sensorial, puede hacer que sintamos, de forma colectiva, esa herida abierta sin tener que nombrarla. Mi objetivo es que el espectador deje de intentar comprender solo a nivel racional, para también sentir con el cuerpo y de forma emocional. Quiero que experimenten el cine como un cuerpo sentipensante, a través de una estética sensorial en la que imágenes y sonidos establezcan una relación íntima, permitiendo a cada quien decidir qué se lleva de esa experiencia.

Parece ser que en tu trabajo, la realidad aumentada ha sido una herramienta transformadora. ¿Cómo te acercaste a esta posibilidad de formato? ¿Alguna vez te habrías imaginado explorando una obra en VR?

Siento que la tecnología nos plantea cómo podemos utilizarla para cambiar la narrativa del mito del progreso y para hackear la forma en que concebimos nuestros futuros y sus posibilidades. La idea de un futuro condenado invade pantallas y mentes. ¿Cómo contrarrestar esa base de colonización, control ecológico y exterminio de la naturaleza latinoamericana? En mi práctica artística y mística, me acerqué a estas tecnologías buscando entrelazar lo contemporáneo —como la realidad virtual y las artes inmersivas— con lo ancestral para crear obras de futurismo ancestral que otorguen poder a los saberes del sur global. El futurismo ancestral emerge de la memoria de las aguas, de nuestros ríos y nuestras tierras, para devolver la agencia a nuestros territorios y a sus espíritus a través de la tecnología. Surge para renombrar futuros posibles desde un tiempo circular, basado en el conocimiento intrínseco de nuestras tierras. Estas obras se han tejido a lo largo del tiempo mediante procesos íntimos de aprendizaje con familias de comunidades indígenas Mazateca (en México) y Maguta (en la Amazonía colombiana), en los que mi tarea como artista es aprender de su visión y conocimiento, transmitido a través de narraciones orales y conexiones espirituales fundamentadas en ese tiempo circular. Dentro de ese marco, para Flotando con Espíritus me pregunté: ¿qué pasaría si creamos una experiencia sensorial en la que sintiéramos que los espíritus y guardianes de la naturaleza tienen agencia, cuerpo y voz, al igual que nuestros ancestros? Escogimos la realidad virtual como herramienta, ya que el cerebro tiende a percibir como real lo que ve en VR. Mi intención al trabajar con esta tecnología era crear una experiencia que nos permitiera reconfigurar nuestra relación intrínseca con la naturaleza, hackeando la ilusión de separación y reintegrando en nosotrxs las conexiones profundas con el agua, la tierra, la naturaleza y los ancestros. Esta pieza de VR nos convierte en cuerpos sentipensantes, donde el aprendizaje proviene de sentir a los espíritus a través de todos los sentidos. Los espíritus de la naturaleza se presentan ante ti: puedes sentirlos, interactúan contigo, y si los miras, reaccionan. Nuestros sentidos recuerdan que esa también es una forma de ver el mundo. Es mágica y es real.

Como espectadorxs, es verdad que el asombro ante la naturaleza es fundamental para el entendimiento puro de una obra. ¿Cómo crees que este sentimiento de asombro puede transformar la percepción en la vida diaria de quienes experimentamos esa sensibilidad?

Creo que el asombro es, tal vez, una de las herramientas más bellas e inmediatas para reencantar el mundo, la existencia y el día a día. Muchas veces, el asombro viene de la mano de la contemplación, del tiempo que nos tomamos para observar aquello que nos fascina. Para mí, el asombro irrumpe en el tiempo de la rapidez y la hiperconectividad, conectándonos con nuestra presencia en el aquí y ahora, con nuestro cuerpo y con las relaciones que formamos con otros seres: con la luna, con la pluma con la que escribimos, con la mirada de alguien, con el susurro del viento o con el calor del sol en la piel. El asombro es una presencia pura y, por ello, es una de mis mayores fuentes de inspiración, no solo para crear, sino también para plantearme nuevas preguntas sobre cómo reencantar nuestra realidad y recordar la magia latente que nos envuelve.

¿Cómo ha influido el contacto profundo con la naturaleza en tu desarrollo espiritual? ¿De qué manera este proceso se refleja en tu cine y en los rituales que eliges retratar?

Siento que mi camino místico se ha enraizado desde el principio en lugares específicos, con una naturaleza poderosa, donde he aprendido directamente de la tierra, ya sea a través de sabedores y sabedoras de diversas comunidades —como la Mazateca o la Maguta—, de señoras campesinas en la India, de mi abuelita que me contaba historias del campo en Cundinamarca, o de amigas que trabajan con las diosas del aguadulce de los ríos donde viven. Todo ha estado intrínsecamente conectado desde el inicio, pues en esos lugares sagrados con una naturaleza imponente pude sentir las conexiones que forman la base de mi camino místico. Este aprendizaje también ha surgido de estar en presencia, de sentir y de construir una base investigativa a partir de la experiencia. Desde hace tiempo he aprendido de las plantas medicinales —como la chacruna, el tabaco, la lavanda, la hoja de coca (que es sagrada), las rosas y muchas otras—. Esa curiosidad por conocer más sobre las esencias de los mundos invisibles me ha llevado a encontrar en la naturaleza y su conocimiento pragmático la base de mi espiritualidad, anclando en la materialidad de la naturaleza la esencia de la mística cotidiana: en un té, en una flor, en una ceiba. Actualmente, estoy desarrollando una nueva serie de obras titulada Los Sueños de las Flores, que se basa en esos pequeños rituales con las flores y en la manera en que se comunican con nosotrxs mientras duermen. Para mí, lo místico, lo onírico, las plantas, los árboles y el agua de los ríos están interconectados en una ósmosis de magia y conocimiento. Además, siempre me ha encantado viajar a lugares cercanos y lejanos para conocer creencias, cosmogonías y prácticas vinculadas con la naturaleza. Mis proyectos se guían por preguntas que mi espíritu formula sobre ciertos lugares y sus rituales, sobre tierras que me llaman, ritos que siento necesito comprender mejor, no desde la razón, sino desde la. experiencia. Me dejo guiar por aquello que nos ofrece más preguntas que respuestas, y que nos regala una sensación de esperanza y de conexión profunda con la tierra.

Finalmente, con tu enfoque en los rituales y la naturaleza, ¿qué lecciones crees que el cine puede enseñar acerca de la importancia de las tradiciones y el cuidado del entorno en un mundo cada vez más globalizado y desconectado de su raíz cultural y natural?

Creo que aún nos queda mucho por aprender, cuestionar y cambiar en la forma en que cuidamos la tierra de la que formamos parte, junto a todos los seres vivos que la habitan. Si bien el rol del cine depende de la intención de quien lo realiza, siento que tiene la capacidad de recordarnos que no somos individuxs completamente aislados, que no somos los seres independientes que quisiéramos ser, sino que necesitamos urgentemente reaprender a cultivar relaciones con lo no humano: con el agua, la tierra, los árboles, los espíritus de la naturaleza, con los animales. Dependemos de ello. Ese diálogo, ese conocimiento de la tierra, lo poseíamos hasta hace unos siglos. Es fundamental recordar lo que nuestras aguas y nuestrxs cuerpos supieron mantener en equilibrio.

Read previous article
Read next article