El universo es un ente fibroso cuya vitalidad se manifiesta a través de vibraciones, mismas que solo se nos revelan cuando atendemos al presente. Al explorar el potencial plástico de la materia natural, Nobu Takehisa procura la circulación de la energía vital que anima tanto al ser como a la tierra, conectando cada parte con un todo. Su trabajo escultórico con fique, una fibra originaria de la región colombiana, evoca la materialización de esta energía, sugiriéndonos que la naturaleza tiene su propia gestualidad, ante la cual no podemos mostrarnos indiferentes, pues es también la nuestra.
Para la artista, el tacto es un primer paso hacia el contacto con el mundo, por lo que ha insistido en que sus instalaciones puedan ser manipuladas por el público, invitando a la introspección profunda a partir de los sentidos.
¿Cómo ha sido tu trayectoria como artista? ¿Podrías hablarnos de tus inspiraciones y de los conceptos que guían tu práctica? ¿Cuál es tu relación con el material y con el proceso creativo?
Mi trayectoria artística se podría trazar desde mis primeros años de vida, cuando creaba mis propias muñecas y dibujaba junto a mi padre, artista e hijo del célebre pintor Yumeji Takehisa. Estuve siempre rodeada de artistas, así que parecía natural que eventualmente me convirtiera en una. Sin embargo, estudié Historia en la Universidad de Sofía en Tokio, y luego inicié la maestría en Diseño de jardines en la Universidad de Kioto, donde conocí a mi esposo, con quien me vine a vivir a Colombia. Fue en Bogotá donde por fin abracé el que quizás fue siempre mi destino, y entré a la Universidad Nacional de Colombia a estudiar Bellas Artes. Hacia el final de mis estudios gané un premio estudiantil que me permitió tener una exposición individual en la sala de exposiciones de la Biblioteca Luis Ángel Arango, en Bogotá, cuando mi obra era exclusivamente pictórica y retrataba, en grandes lienzos al óleo, los rostros de las mujeres de origen campesino, los pasajeros del transporte público y los obreros, conmovida como estaba por la fuerza, la belleza y la tenacidad de los colombianos para sobrevivir en un sistema tan desigual. Era una obra de juventud, cargada de preocupaciones sociopolíticas.
Con los años, mi interés se volcó hacia lo matérico: trabajé con las huellas de las hojas, piedras y otros materiales orgánicos sobre papel, y desde temprano me sentí atraída por la textura de las cuerdas de fique, presentes en todas las instancias de la vida cotidiana desde los tiempos prehispánicos hasta hoy. Hice instalaciones con estas cabuyas, como se les llama a las cuerdas de fibra vegetal en Colombia, así como talleres con niños utilizando las fibras de fique a manera de pinceles o herramientas para transferir pigmentos, dejar marcas, etc.
La manipulación del fique, desde el proceso de separar las fibras, cocerlas con pigmentos minerales, dejarlas secar, escarmenar y desenredar, para luego esculpir en volúmenes ligeros parecidos a nubes, me hace pensar en la conexión de la tierra y el ascenso hacia el aire a través del trabajo con las manos. Es un trabajo de transmutación respetuosa, de voluntad con afecto. El fique es una fibra de fácil modelado y alta plasticidad, y la lignina, sustancia propia de esta planta, confiere a las fibras una cualidad rígida que permite que las formas se sostengan. Al ser muy liviana, es posible crear objetos escultóricos de gran escala, con una mínima estructura para la cual utilizo alambre recubierto. Además de sus cualidades plásticas, el fique es un material biodegradable que ofrece ventajas económicas y ambientale
En tu trabajo existe un diálogo muy claro entre la tradición ancestral japonesa y la sudamericana, mismas que tienen una relación inherente con la naturaleza, ¿cómo podría explicar, a través de su obra, la gestualidad que tiene el pulso de la naturaleza? y ¿cree que estos gestos son universales o regionales?
El fique me recuerda al wara, como se denomina en Japón a la paja seca que queda 212 del arroz después de la cosecha. Con esta fibra se producen diversos objetos de uso cotidiano, como esteras, canastas y sandalias, llamados warayi.
De la prehistórica era Jomon (11 000-500 a.e.c.), que destaca por su creatividad, son las famosas vasijas de barro decoradas con huellas de lazos trenzados de wara.
Los warayi se relacionan formalmente con las alpargatas de la zona central de Colombia; además, en algunos inventarios domésticos del periodo colonial neogranadino hay también esteras y canastas, cuyo uso aún pervive en las zonas rurales de Colombia. Hoy, comunidades indígenas del territorio colombiano usan el fique para fabricar mochilas, sombreros, canastos, esteras, y para elaborar cuerdas, que usan en un sinnúmero de tareas cotidianas. Mi interés y vínculo casi afectivo con el fique parece provenir de esta memoria ancestral, que sin duda es universal.
En tu proceso artístico actual, ¿has encontrado alguna revelación mística a partir de la naturaleza? Quizá una idea, una respuesta, un secreto… ¿Has logrado hacer tangibles estas revelaciones a través del arte?
Mis primeras obras con fique consistieron en agrupaciones de cabuyas de diferentes calibres y colores, que pendían del techo como lianas o se acumulaban en el suelo, transformando el espacio en la evocación de una selva. Al manipular las fibras con las manos, descubrí un aspecto inesperado: la sensación de bienestar al tacto, como si la energía vital siguiera vibrando en cada hilo y, al tocarlo, pudiera recibirla. Quise entonces trabajar hacia la noción de un arte táctil, que se perciba con el cuerpo y no únicamente con los ojos.
De esta experiencia nació un proyecto de talleres con personas adultas mayores, en el que confirmé que el trabajo con el fique es una fuente de alegría, y que la alegría es una forma de libertad.
La revelación mística surge desde el contacto físico con la fibra: al transformar el ánimo de quien la manipula, revela la necesidad humana de mantenerse en conexión con la naturaleza y consigo mismo, como parte de ella. La obra se convierte así en un dispositivo de contacto que, además, ofrece la posibilidad de transformación, encarnada en las “nubes” de fique y en la energía de las manos que las esculpen.
Como alguien que vive en constante tránsito, ¿en qué momento o lugar te sientes en mayor comunicación con la naturaleza?
Japón tiene estaciones muy extremas, así que se percibe una lucha constante por domesticar la naturaleza y equilibrarla con la vida humana. En Colombia, el clima tropical de montaña donde vivo es muy agradable, con periodos de lluvia y una luz brillante. Ambos lugares me conectan con su entorno particular, y valoro cada matiz del clima como quien habita una pintura viva.
¿De qué manera percibes la “energía vital” del material con el que trabajas? ¿Cómo influye esta vitalidad en el carácter místico de tus obras?
Después de un tiempo manipulando las fibras de fique, se experimenta un bienestar físico y un sosiego espiritual. En ese sentido, trabajar con fique no difiere mucho de trabajar con barro o madera: todos los oficios que implican la transformación repetida de un material orgánico son formas de meditación, de entrar en un estado de atención plena en el presente para convertirse en canal y permitir que la energía circule.
Algunas de tus esculturas de fique pueden ser tocadas por el público. ¿Crees que este tipo de trabajo escultórico puede facilitar la comunicación entre la vida contemporánea y la naturaleza? ¿Cuál es el sentido detrás de ello?
En mis exposiciones, las piezas escultóricas pueden tocarse, y también busco generar activaciones en las que los visitantes creen sus propias formas con el fique que preparo para ese fin. Me parece importante que el público tenga una experiencia activa y que, al entrar en contacto con el material, pueda no solo entender con el tacto la dimensión espiritual y el placer corporal del trabajo con la fibra, sino también permitir que este juego —este hacer sin un fin productivo— propicie un reencuentro con la naturaleza y el recuerdo de que somos parte de ella.
En la cotidianidad contemporánea, vertiginosa y llena de artificio, ¿cómo podemos abrirnos a los secretos que la naturaleza puede revelarnos?
Desde hace algunos años practico tai chi, una forma de meditación en movimiento que me ayuda a ser consciente de mi cuerpo y de su entorno. Todos los días interactuamos con materiales orgánicos —ya sea cuidando un jardín o preparando alimentos—, pero en la mecanización de la rutina a veces olvidamos apreciar la forma de un pimiento o el perfume del romero. Hacemos las cosas sin pensar y nos dejamos arrastrar por el día y sus noticias. Quizá se trate de bajar el ritmo, como en los movimientos del tai chi. Al hacernos conscientes de lo que hacemos —desde respirar hasta picar una cebolla— entramos en contacto con lo que llamamos naturaleza, que no es otra cosa que nosotros mismos.