
En una intención por darle espacio a la transformación del juego, Sofía Elías explora la posibilidad de crear nuevos encuentros lúdicos que trasciendan los modos de juego tradicionales, propiciando una nueva perspectiva para interactuar con el mundo.
El concepto de “juego” en tu diseño se siente tanto lúdico como profundo. ¿Cómo ves el papel del juego en la configuración de los espacios públicos, y qué esperas que lxs usuarixs descubran sobre sí mismxs a través de la interacción con estos objetos en este espacio?
El juego, para mí, es una forma de pensamiento. Es una excusa para explorar sin tener que dar explicaciones. En los espacios públicos, el juego permite que el cuerpo entre en diálogo con su entorno de manera libre, sin deberle nada a la lógica o la eficiencia. Me interesa que quien interactúe con mis piezas se sorprenda de su propio movimiento, que algo tan simple como intentar sentarse, escalar o balancearse genere una reflexión sutil sobre cómo habitamos el espacio. El juego abre una puerta a lo no dicho, a lo que sentimos pero no nombramos.
Los objetos que has creado difuminan las fronteras entre los mecanismos tradicionales de parque infantil y las esculturas abstractas. ¿Podrías hablarnos sobre tu intención al distorsionar estas formas tradicionales? ¿Qué papel juega la desfamiliarización en tu trabajo?
Me gusta mucho trabajar en esa línea borrosa entre función y forma. Creo que el mejor ejemplo que puedo poner son los sube y baja —que, además de que me encanta el nombre porque te hace pensar que lo estás usano, me gusta hacer referencia a la razón de que es de las pocas estructuras que dependen del “otro” para hacer que funcione, por ende incita a que formes comunidad. Esta pieza se volvió mi inspiración principal cuando empecé a diseñar todas las estructuras para los parques: es un arquetipo que todxs creemos conocer—pero alterando o deformando hasta encontrarle no solo un uso, si no varios o que ya no sea claro para qué sirve.
Me gusta generar confusión, pienso que eso activa la curiosidad y cuestiona lo cotidiano. La desfamiliarización es una herramienta para invitar al cuerpo a actuar desde otro lugar, sin instrucciones. Ahí empieza el juego real, cuando dejamos de saber y comenzamos a solo hacer.
Mencionas el parque como un espacio de “autoconciencia” e “intimidad.” ¿Cómo imaginas que se desarrollen estos momentos de reflexión inesperada entre los objetos y las personas que los usan?
Las estructuras diseñadas en mis parques no cuentan con un uso predeterminado, pues así permiten que el usuario experimente con las posibilidades de acción que ofrecen. Entonces, creo que principalmente, solo al pararte frente a una de estas estructuras ya estás enfrentado a tomar una decisión. Algo que en muchos parques que son prefabricados no pasa por solo tener un uso.
Hay algo muy íntimo en no saber cómo usar un objeto. Cuando una forma te obliga a detenerte y pensar: ¿esto se toca?, ¿me subo?, ¿me siento?, se activa una pequeña pausa donde uno se vuelve más consciente de sí. Es una intimidad que no pasa por lo privado, sino por lo sensorial. Imagino que esos momentos surgen cuando el cuerpo se encuentra con lo desconocido y se permite quedarse ahí, explorando. El parque es una invitación a estar presente, no solo físicamente, sino emocionalmente también.
La forma contorsionada del parque crea una contención física, pero también una especie de barrera emocional, fomentando la exploración del juego dentro de un entorno protegido. ¿Cómo fomentas un flujo energético dentro del espacio?
Fomento un flujo energético dentro del espacio al proponer formas que invitan al movimiento libre y a la curiosidad. La contención física no limita, sino que guía y protege, creando un entorno donde el juego y la interacción surgen de manera orgánica. A través de la estimulación sensorial y espacial, se promueve una conexión más libre y personal con el entorno. El proyecto reflexiona sobre el valor individual y colectivo —creativo y social— para crear espacios de función ambigua y variada, en donde los usuarios pueden interpretarlo o reapropiarlo y así formar nuevas experiencias.
Tu proyecto crea un espacio para una variedad de interpretaciones. ¿Cómo aseguras que los objetos se mantengan abiertos a usos diversos, mientras aún ofrecen estructura y cohesión dentro del diseño?
Trabajo mucho con la idea de ambigüedad funcional. Las piezas no tienen un único modo de usarse, pero tampoco son completamente abstractas. Estas piezas no solo fueron diseñadas para niños, sino también para que el adulto pueda jugar y ser parte de. Las piezas tampoco son tan extrañas, tienen algo familiar, algo que ya conocemos, y es por eso que uno logra sentirse cómodo con ellas y con ganas de explorarlas.… Hay pistas, sugerencias, materiales que invitan a ciertas acciones, y no existe un “bien” o “mal” de como usarlo, solo las ganas.
Entre una estructura y otra, incluso en mis piezas de menor escala, surge una coherencia espontánea —ciertos gestos en las curvas, colores o texturas— que conecta columpios, bolsas de Blobb, dibujos y hasta anillos. Sin querer, queriendo, se da un equilibrio entre dejar que el material y la forma encuentren su función libremente, y mantener una identidad propia en cada pieza.
Los objetos de juego en tu diseño requieren cierto nivel de atención y participación, lo que impulsa a lxs usuarixs a estar más conscientes con su presencia. ¿Cómo imaginas que esto contribuya al sentido colectivo de pertenencia de la comunidad en el espacio?
Justo el lograr comunidad, relación, interacción es la meta más grande de este proyecto, y pienso, que cuando tienes un poquito de cada una de estas, es que logras formar una experiencia.
Cuando un objeto exige tu atención, genera un vínculo. No se trata solo de usarlo, sino de entablar una “relación” con él. Y cuando ese vínculo se da en un espacio compartido, se transforma en algo colectivo. Me interesa mucho que este tipo de diseño, al no ser pasivo ni predecible, genere afecto, incluso cuidado. Que las personas sientan que el lugar también les pertenece porque responde a su localización, su crecimiento, a sus cuerpos y es que se vuelven sus juegos, creando historias y memorias. La pertenencia nace cuando hay participación.
El concepto de ‘reapropiación’ de los espacios públicos parece fundamental en tu trabajo. ¿Cómo imaginas la transformación de estos espacios antes no utilizados en lugares de juego público, y qué tipo de cambio esperas que cause en la manera en que las personas interactúan con los paisajes urbanos
Imagino la transformación de espacios no utilizados en lugares de juego como una forma de activar lo urbano desde lo íntimo y lo colectivo. Crear espacios públicos en donde los usuarios puedan apropiarse del espacio a través de la creación de experiencias únicas e individuales nos permite entender el espacio público como propio, y de esta manera poseer espacio “privado” dentro de lo que es espacio público. Esto genera nuevas formas de habitar, de relacionarse y de cuidar lo común.
El diseño parece invitar a una experiencia compartida, casi ritualista, del juego. ¿Cómo resuena el concepto de juego dentro de la cultura mexicana, con sus fuertes vínculos con la tradición y la festividad, con los elementos que has incluido en este espacio?
En México, el juego está en todas partes —la calle, la cultura, la comida, la fiesta— y suele ir ligado al ritual, el color y lo surreal. Mi trabajo se nutre de esa energía; no se trata de una nueva formalización del juego, sino de mezclar múltiples posibilidades entre los juegos ya existentes en la cultura colectiva, creando juegos de juegos, a través de la construcción de objetos híbridos.
Las estructuras de juego que diseñe, requieren de los usuarios para hacer que estos “funcionen”. Estas estructuras no imponen un uso, sino que invitan a un recorrido casi ceremonial, activado por los propios usuarios. Más que formalizar el juego, busco dialogar con una forma muy mexicana de habitar el mundo: colectiva, lúdica e impredecible.
En México, los espacios públicos a veces pueden ser ignorados o infrautilizados. ¿Cómo crees que este proyecto desafía o redefine el potencial de tales espacios, particularmente en el contexto de cómo las personas en México interactúan con su entorno?
“Jugando a Jugar” desafía la forma en que se conciben los espacios públicos en México al transformar esculturas en estructuras híbridas que invitan al juego, la interacción y el encuentro comunitario. Al darles un uso lúdico, estas piezas no solo embellecen el entorno, sino que generan un sentido de pertenencia, cuidado y seguridad, activando espacios que suelen ser ignorados o peligrosos. Así, la escultura se vuelve una herramienta social que redefine nuestra relación con lo público.
No se trata solo de diseñar objetos, sino de activar un deseo de habitar el espacio de otra forma, de ahora nosotros cuidar esos espacios y de volver a mirar la ciudad como un lugar posible para el juego, la pausa y el encuentro.