
Muchas veces, viviendo en la Ciudad de México, dejamos desapercibido el inmenso pulmón que originó en el centro de Tenochtitlán, el Bosque de Chapultepec.
Dividida en secciones, esta joya recorre kilómetros de múltiples atmósferas y floras, desde el bosque a color de fresnos, cipreces y ahuehuetes más húmedo y recóndito, al maravilloso espejo de agua que centra la primera sección.
Los espacios son interminables, y una lista no es suficiente para nombrar todas las posibilidades de encuentro que ofrece el gran bosque; sin embargo, esta selección de puntos de la primera sección son vitales para un recorrido de ánimo explorador.
Paseo del Quijote
Entre la locura del fenómeno urbano y la templanza de los árboles, habita un monumento al ingenioso hidalgo de la Mancha. Y sin jugar con mucha palabra, a diferencia de la obra de Cervantes, este lugar tan especial es una invitación a la contemplación.
Con la obra narrada en sus azulejos, cada pieza cuenta una parte de la historia, creando un mosaico surrealista al rededor de la gran escultura de José María Fernández Urbina, quien reimaginó a los personajes con rostros modernos: Don Quijote como Salvador Dalí y Sancho Panza como Diego Rivera. El sitio se ubica en Primera Sección del Bosque de Chapultepec, en Avenida Acuario y Calzada del Rey.
Audiorama
Ideal para leer, sentarse en silencio y sentirse a salvo. El Audiorama es un espacio dedicado a la calma del bullicio que puede surgir del caos de la ciudad, ubicado en Primera Sección del Bosque de Chapultepec, Av. Xicoténcatl, a un costado de la Tribuna Monumental (entrada por la Puerta de Flores).
Ahuehuete “El Sargento”
Un imperdible durante una visita al bosque. Con una historia que data alrededor del año 1460, cuyo siembro dice ser que provino de las manos del poeta Nezahualcoyotl, El Sargento es un referente a la gran historia de nuestra ciudad, contada desde el tronco de un ahuehuete.
A pesar de su ausencia de vida, su tronco resiste y permanece en la experiencia de cualquier transeúnte de Chapultepec. Es alucinante sentir una pisada sobre la tierra que recubre las raíces de un infatigable espíritu.