
Esta es una serie de retratos-espejo, reflejos de los mitos y embrujos de una ciudad moribunda que se esconde detrás de alambres, altares y cucarachas, construida sobre huesos enmohecidos y ladrillos polvorientos.
Se narra un lapso, un anhelo agazapado entre capas de vida y de tiempo muerto que nos insta a preguntar ¿cómo es que uno se vuelve historia, memoria, olvido?
Tal vez, convirtiéndonos en sombra, en un disfraz hecho de sueños y escombros que nos induzca a ser la carne de una leyenda mutilada que se niega a morir, como un chicle que se aferra a las suelas de unos zapatos viejos, volviéndose uno con ellos, olvidándose de quien solía ser antes.
A través de vestidos rotos y colores profusos, habitamos nuestras calles, plagadas por santos y pecadores, por luces incansables y colillas aplastadas, para llegar a ser las pintas de una pared vieja, las arrugas de una anciana o las encías de un niño chimuelo; para ser movimiento frenético, hambre fanática de todo lo sucio y lo inhumano; para visitar cantinas y cárceles, raíces y rejas ornamentadas con vidrios y óxido.
En este espacio hay mil vidas hechas cuento, los relatos de una criatura que tiene una colección de caras y las manos teñidas de rojo sangre. Una bestia que vende cachivaches a 2×1 los domingos para después pasearse por los callos de unos pies cansados entre semana, como el tizne de un cigarro barato, que impregna a todo aquel que se le acerque, lo quiera o no.