En un camino por la búsqueda de la verdad, surgen más senderos de incertidumbre por explorar. Tania Marcela, en su exposición El Castillo Interior, resignifica el valor de los objetos y, a su vez, se acerca a una nueva forma de entender la verticalidad del universo.
En esta conversación, la artista nos comparte una parte de su proceso y las maneras en que sintonizó con el universo para escuchar las señales de la inmensidad.
En tu exhibición exploras las posibilidades de significación del objeto, como del encuentro artístico mismo. ¿Cómo fue para ti concebir el concepto de El Castillo Interior? ¿Te incitó alguna experiencia particular o fue más bien una intuición?
El concepto de *El Castillo Interior* apareció de una obsesión con las torres. Estuve casi dos años haciendo piezas verticales, columnas, formas que sentía como pequeños axis mundi, objetos que conectan lo terrenal con lo divino. Para mí, la verticalidad tenía algo muy simbólico, y construir torres se volvió algo que hacía casi de manera automática. Eventualmente entendí que un conjunto de torres es un castillo, pero no lo veía como una fortaleza rígida, sino como una arquitectura abierta, como un espacio interno.
Al mismo tiempo estaba pensando mucho en la bolsa como objeto: en cómo ciertas marcas tienen una forma icónica que define su identidad, y en que un contenedor puede cargar significados más allá de lo funcional. En algún punto pensé, si una bolsa puede convertirse en una torre o en un castillo, también puede convertirse en una metáfora de lo que llevamos dentro. Y justo en ese proceso me encontré con el libro “El castillo interior” de Santa Teresa de Ávila. El libro habla de un recorrido hacia adentro, de las distintas moradas del alma, y cuando lo leí sentí que describía exactamente lo que yo ya estaba intentando expresar.
Entonces más que haber buscado conscientemente ese concepto, siento que se alineó con algo que ya estaba sucediendo en mi práctica. Fue como encontrar la pieza que faltaba. Siento que cuando estás trabajando un tema desde diferentes lugares, empiezan a aparecer textos, imágenes o ideas que encajan perfecto y te dicen “sí, por aquí es”. Para mí, “El Castillo Interior” fue ese momento.
Al trabajar con materia para realizar obra escultórica, no solo exploramos su texturas, sino que también recibimos la memoria ancestral que en ella habita. ¿Cómo dialogas con esa memoria orgánica que vive en la cerámica? ¿Sientes que el material te guía o te revela algo durante el proceso?
Para mí, la relación con la cerámica siempre ha tenido algo de ritual. Hay cosas que pasan cuando trabajas con las manos que no se pueden explicar del todo, decisiones intuitivas, formas que simplemente aparecen. Siento que ahí vive la memoria del material. Esa es la verdadera magia de la cerámica.
“El Castillo Interior” nace precisamente de un proceso así. Venía del mundo de la moda y quería crear una bolsa icónica para una marca que estaba imaginando. Pensé que sería especial crearla primero en cerámica, directamente con las manos, para que la forma no viniera de un patrón plano sino de un objeto vivo. Esa primera bolsa de barro —la que hoy está en “Axis Mundi I”— fue mi piedra angular. Creí que iba a inaugurar una marca de bolsas; con el tiempo entendí que estaba inaugurando mi camino como escultora.
Muchas piezas del show nacieron así, como objetos que necesitaba hacer antes incluso de saber que terminarían en una exposición. Cuando se confirmó que la exhibición existiría, gran parte del trabajo ya estaba ahí, esperando. Son piezas personales que marcaron etapas internas, casi como si la materia fuera revelando el camino mientras yo lo iba transitando.
¿Cuál fue tu proceso detrás de la estructura de la exhibición?
Mi formación viene del mundo de la moda, donde las presentaciones ocurren cada vez más en espacios no convencionales. Yo trabajé en Coperni, una marca conocida por hacer desfiles en lugares inesperados, y eso me marcó. Para mi primer show quería un espacio con narrativa propia. EK Hair me pareció perfecto para generar ese puente: un espacio asociado a la belleza y lo femenino donde podían aparecer temas completamente distintos, más espirituales e introspectivos.
Cuando se eligió el salón como sede, era importante que “El Castillo Interior” habitara ese espacio de verdad, no solo como piezas colocadas. Por eso trabajé con elementos que ya existían ahí, especialmente los lavabos. En las moradas cuartas del “Castillo Interior”, Santa Teresa habla del agua como canal de purificación espiritual, y me pareció increíble trabajar justo con un espacio donde el agua fluye constantemente. Esculpí piezas de bronce para los lavabos y una cápsula que utiliza el vapor del salón como un espacio meditativo. Esa cápsula es una pequeña arquitectura espiritual dentro de la arquitectura del salón.
Aunque varias de las piezas del show ya existían, fue en el diálogo con el salón donde se terminó de armar la estructura final de la exposición. El agua, el vapor, la atmósfera femenina del lugar le dieron sentido. Santa Teresa escribió “El Castillo Interior” como una guía espiritual para mujeres dentro de un convento; hoy esos espacios ya no forman parte de nuestra vida cotidiana, pero un salón de belleza sí. Me interesaba llevar esa búsqueda interior a un contexto actual, accesible y vivo.
En este ejercicio antropológico sobre la naturaleza humana y sus formas de relacionarse con las bolsas, las estructuras sociales y el valor estético, has replanteado la forma de mirar y entender los contenedores, ¿Qué afectos tuviste que deconstruir al crear “El castillo interior”?
Cuando trabajaba en este show, tuve que deconstruir muchas ideas que había heredado sobre la importancia de las bolsas y mi relación con la moda. El texto que más me movió fue “La teoría de la bolsa de transporte como origen de la ficción” de Ursula K. Le Guin. Ella plantea que la primera herramienta humana no fue una lanza, sino una bolsa: un contenedor que sostiene la vida cotidiana. Esa idea me ayudó a entender por qué llevaba años obsesionada con las bolsas; no son algo superficial, sino algo primigenio, una metáfora del útero, el contenedor original donde la vida se guarda y transforma.
Esa lectura me obligó a revisar mis propios prejuicios. Durante años sentí culpa por amar la moda, por disfrutar de la belleza o por obsesionarme con estos objetos, porque esos intereses cargaban un estigma: que eran banales o poco importantes. Darme cuenta de que ese desprecio también forma parte de una narrativa patriarcal fue un despertar fuerte. Me hizo ver que yo misma había invalidado lo que me gustaba porque había aprendido a pensar que lo femenino y lo cotidiano tenían menos valor.
A partir de ahí, “El Castillo Interior” cobró otro sentido. Entendí que no tenía por qué huir de esos temas, sino reclamarlos. ¿Por qué no hablar de lo que cargamos? ¿Por qué no situar una exposición espiritual en un salón de belleza? Le Guin me ayudó a ver que lo que llevamos dentro, objetos, historias, deseos, puede ser sagrado. Y que los contenedores, en todas sus formas, cuentan un relato profundo de quiénes somos.
Si pudieras compartir un mensaje sobre lo que para ti es importante reconocer al significar nuestras bolsas y los sueños y fantasías que llevamos dentro, ¿Cuál sería?
Lo que llevamos dentro; nuestros deseos, contradicciones, ideas íntimas, tiene un valor enorme. A veces pensamos que solo lo grandioso importa, pero muchas cosas empiezan en lo pequeño. El camino interior no es lineal y muchas veces implica atravesar oscuridades antes de llegar a claridad. Ese proceso nos da una fuerza distinta para relacionarnos con nosotras mismas y con los demás. La luz no viene de afuera; viene de lo que trabajamos en silencio.
Por eso me interesa hablar de lo que cargamos. Lo que soñamos, lo que imaginamos sin que nadie lo vea, sostiene la vida cotidiana. Reconocer esa profundidad es importante, sobre todo en un mundo que nos empuja hacia lo inmediato y lo externo.
Y pensando en eso, recuerdo algo que dice mi amigo Isaac de Reza, quien escribió el texto de sala de la exposición: que quizá los pensamientos importantes del futuro no nacerán en trincheras ni en gestos épicos, sino en una simple libreta que alguien guarda en su bolsa. Me parece una imagen preciosa y muy verdadera. Tal vez ahí empiezan los futuros posibles: en lo que escribimos para nosotras mismas, en lo que cargamos sin que nadie lo note.