LEYLA CÁRDENAS
SOBRE EL ARCHIVO TELÚRICO Y EL ESPÍRITU RUINOSO
(ISSUE)
Destrame pétreo (cuevas de Artá) I, 2025

La trama de la tierra es el tiempo, la urdimbre son sus estratos; para Leyla Cárdenas, la arqueología trata de destramar este inmenso textil. A partir de su práctica escultórica, Leyla indaga en el aspecto matérico del tiempo, prestando especial atención a las estruct

¿Cómo ha sido tu trayectoria como artista? ¿Podrías hablarnos acerca de tus inspiraciones y los conceptos que guían tu práctica? ¿Cuál es tu proceso creativo y tu relación con el material?

 

Estudié artes en Bogotá y después en UCLA (Los Ángeles). Ahora resido en Bogotá, rodeada de la montaña andina sedimentaria del Cretácico. Mi ciudad, al igual que muchas ciudades latinoamericanas, se ha entretejido históricamente entre el caos de lo impuesto y la belleza de lo dado: la no planeación, el corto plazo, la borradura y la superposición. Así como sucedió en Ciudad de México, durante la colonización también se negó su naturaleza acuática. Supongo que esas condiciones proveen un territorio que enseña sobre la inestabilidad de la naturaleza humana, la fragilidad y lo roto. LEYLA CÁRDENAS Me considero escultora, y trato de comprender el mundo desde esa mirada. Desde muy temprano, las pistas para recolectar e intervenir materiales surgieron de la ciudad misma, de las ruinas urbanas. Llevo más de veinte años explorando esas capas de información y memoria que se sedimentan en el territorio. Mi amigo, el teórico Arie Amaya-Akkermans, lo describió una vez como “materializar psicogeográficamente el tejido urbano”. Hago mucho trabajo de campo y pienso los proyectos en diálogo con el sitio de instalación, dependiendo de lo que las capas vayan revelando: a veces indagas más, a veces excavas más. Es un proceso parecido al de un arqueólogo al registrar los lugares que investiga, aunque en mi caso indago en superficies —paredes, suelos— concibiéndolas como archivos. Leo la montaña como material discursivo, en performancia con artefactos humanos. Uso mucho la fotografía, pero pensándola como huella y remanente, porque los procesos que busco suelen ser invisibles ante nuestros ojos. Mis piezas han superpuesto datos históricos, fragmentos arquitectónicos, documentos literarios y elementos geológicos. Sin embargo, la disciplina con la que más me gusta dialogar, y la que más detona procesos, es definitivamente la arqueología.

Entiendo que dentro en tu obra está muy presente la topografía y la geología, cuyos componentes están especialmente expuestos a los elementos y al paso del tiempo, ¿cómo crees que ha influido la espiritualidad en tu concepción del tiempo geológico? ¿Cómo se hace evidente esta influencia en tu obra?

 

Si al siglo XX lo definió la física, la geóloga Marcia Björnerud cree que el arranque del XXI será el de la geología. El viaje no será al centro de la Tierra, sino a su inmediata superficie. El gran logro será redescubrir que los microbios del suelo, de los océanos e incluso de las rocas rigen la química del mundo. Esas ideas me conmueven mucho: lo micro y lo macro, en espiral, de ida y vuelta. En unas algas descubres el origen de la vida; en la montaña que te abraza desde niña, el tiempo profundo. Esto altera nuestros preceptos temporales: todas las cosas del mundo participan de esa vibración y de esos ciclos. En el espacio se guarda el valor del tiempo. Llegué a la geología a partir de la pregunta por la ruina. ¿De dónde vienen los materiales con los que construimos? ¿Cómo funciona ese tamiz espacio-temporal donde todo se teje y desteje constantemente? Siempre vuelvo a la montaña. Comencé a trabajar con tejidos fantasmagóricos porque eran la superficie ideal para sostener las huellas que registraba en canteras cercanas a la ciudad, en fachadas del siglo XIX, en imágenes que ya no existen. Como dice Giuseppe Penone: “todos los elementos son fluidos. La piedra misma es fluida: una montaña se desintegra, se convierte en arena. No es más que una cuestión de tiempo. La corta duración de nuestra existencia hace que llamemos ‘duro’ o ‘blando’ a este o aquel material. El tiempo hace tambalear estos criterios. La escultura se funda sobre la cercanía de un material du

Algunas de tus piezas en seda deshilachada tienen un aspecto impalpable y casi fantasmal, ¿piensas en el espíritu y la mística como un estrato de la naturaleza, o como uno de los hilos que conforman el tejido de la realidad?

Qué belleza de pregunta. Ambas opciones me parecen acertadas. El espíritu se manifiesta en un paisaje donde todo está interconectado e influyéndose mutuamente, desplegándose como una coreografía lenta e invisible en el espacio. Tratar de aprehenderlo, aunque sea por unos instantes, y dejar en tensión ese hilo de luz e información es, supongo, a lo que me dedico obsesivamente en mis destejidos.

¿Cómo podrías explicar, a través de tu obra, la gestualidad del pulso de lo natural?

Tengo problemas con la palabra “naturaleza”. Me parece una mala traducción de algo que aún no hemos sabido nombrar. Pero quizá sí podemos pensar en la pulsión de lo inaprensible e inmenso que se nos escapa. Es un lugar de tensión, paradoja y discontinuidad: absoluto misterio. Prefiero responder con dos piezas: Eterno retorno y Destrame pétreo. En la primera, el gesto registrado es humano, pues la imagen corresponde a una cantera de piedra de Mares. En la segunda, la acción es del tiempo y el agua como escultores de la piedra: la pared de una cueva en Mallorca donde el tiempo se manifestaba en todas direcciones.

Me parece asombroso tu interés por las ruinas y el proceso de “arruinar”. ¿Por qué crees que tendemos a relacionar los espacios ruinosos con rezagos espirituales?

Supongo que las ruinas nos recuerdan que somos mortales, que todo lo sólido se desvanece. Al perseguir lo evanescente, comprendes que las ruinas son objetos hechos de tiempo: paradojas espaciales y físicas que nos confrontan corporal y espiritualmente. También es bello pensar la ruina como testigo, que da cuenta de la fragilidad del tiempo y de la experiencia humana. Es la imagen de lo ausente, de lo fragmentado, que nos hace añorar la totalidad o el origen.

El paso del tiempo tiene un papel central en tu práctica. ¿Cómo explicarías la relación entre la concepción del tiempo, el espíritu humano y la inmensidad de lo natural?

Pensar el tiempo desde la ruina me enseñó, entre otras cosas, a dejar de ser una “analfabeta temporal”, un mal de nuestra contemporaneidad. Tiene que ver con las capas y su orden de lectura: la primera capa excavada puede ser en realidad la última, y viceversa.

¿Cómo determinar la direccionalidad del tiempo cuando los archivos revelan su cualidad multitemporal?

La concepción de ciclos en constante transformación la enseña con claridad el pueblo Misak, en el Cauca colombiano: el tiempo en espiral, noción compartida con muchas comunidades andinas. Es la constatación de que tiempo y espacio no son entidades separadas ni lineales, sino realidades profundamente entretejidas. El tiempo es una corriente viva que nos rodea, no una flecha que avanza hacia adelante. El pasado está siempre delante, porque lo conocemos y lo hemos vivido; el futuro, en cambio, está atrás: oculto, lleno de incertidumbre y posibilidad. Me parece muy bello vivir con ese umbral posible, pasando los tiempos destejiendo concepciones de manera constante.

Trama palimpséstica de Bellver, 2025
Eterno retorno, 2025
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